Java y Solaris, en la USAL

Mañana viernes 29 tendrán lugar dos clases de alto nivel impartidas por personal de Sun Microsystems en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Salamanca.

Masterclass de Sun

La primera clase tendrá lugar desde las 9 hasta las 14 horas, centrándose en la tecnología Java. La segunda, por su parte, versará sobre el sistema Solaris y se extenderá entre las 15 y las 20 horas. Al parecer también comentarán algo sobre los convenios de formación con Sun y sobre las certificaciones oficiales, así que puede ser muy interesante.

Personalmente, creo que intentaré estar por lo menos en la sesión de la mañana. Siempre se aprende algo y además puedes ser testigo de momentos extraordinarios, como cuando a un representante de Microsoft se le colgó el ordenador o aquella vez en que una profesora convenció a un ponente de que su propia tecnología era una basura. Por cierto, que también era de Microsoft, qué cosas…

Cometer errores es humano, pero…

… para estropear realmente las cosas necesitas un ordenador

Paul Ehrlich

Esta es una de esas historias que hacen que me plantee si el mundo está definitivamente desquiciado o soy yo el raro. Empezando por el principio, tengo la intención de viajar a Barcelona unos días, aprovechando las vacaciones de Semana Santa. Como ahora vivo en Salamanca, hay un tren diario que une las dos ciudades a un precio asequible, aunque tarda nada menos que 11 horas.

Desde hace años esta venía siendo mi única forma de moverme entre las dos ciudades, aunque últimamente –sí, me hago viejo– había empezado a viajar haciendo escala en Madrid, lo que podía acortar el viaje hasta dejarlo en unas 6 horas. Llegaba a la capital en autobús y desde allí el tren Alvia tardaba un poco menos de 4 horas en dejarme en el centro de Barcelona, a un precio bastante decente.

Hasta aquí todo normal. Como seguramente sabréis, hace unas semanas se inauguró el tren de alta velocidad entre Madrid y Barcelona. Parece una buena noticia, una vez olvidados los graves trastornos que las prisas por terminar las obras antes de las elecciones causaron en la vida de miles de personas. Digo que parece, porque Renfe ha suprimido el resto de trenes entre estas dos ciudades, salvo el servicio nocturno. Ahora sólo se puede viajar en AVE. Con un par.

No entiendo muy bien las razones de esta decisión. Supongo que Renfe conseguirá su objetivo de hacer la competencia al puente aéreo, aunque me temo que será a costa de hacer inaccesible este trayecto en tren a las personas con menos recursos, que casi seguro se verán obligados a viajar en autobús. O en coche. Ya había un medio de transporte a un precio razonable que unía Madrid y Barcelona en apenas 4 horas… ¿por qué borrarlo del mapa? No todos necesitamos hacer el trayecto en un par de horas.

Pero en fin. El hecho es que este panorama supone en la práctica que me tendré que olvidar de mi ya habitual escala relámpago en Madrid y volver al interminable y habitual viaje en tren. O bueno, puedo seguir haciéndolo, pero prefiero ahorrarme ese dinero y utilizarlo en pagar el hotel o lo que sea.

El hombre contra la máquina

Hace unos días me dispuse, en efecto, a dejar comprados los billetes de mis vacaciones, y pensé que podría viajar en litera en un tren nocturno que une Salamanca y Barcelona los fines de semana. El viaje suele hacerse más liviano –siempre que no lo compartas con algún cerdo pestilente– y desde luego es más barato.

Así que tras un rato largo utilizando la nueva e insufrible web de Renfe –de la que ya había leído maravillas– consigo hacerme con un billete por 35 €, pillando por los pelos la dichosa tarifa «estrella». Pero algo me para en seco cuando veo el PDF que me envían. Tengo una plaza sentado en preferente y yo quería viajar en litera. Sin embargo no recuerdo haber elegido asiento en la web. Vuelvo a comprobarlo y en efecto: no es posible elegir camas. Pero no te informan de ello por ningún sitio.

Con esa cara de imbécil que se me queda a veces llamo a atención al cliente para contarles lo que me ha sucedido. Entonces me replican que la web de venta de billetes todavía no permite comprar plazas en camas y que lo que tengo que hacer es cancelar el billete (por lo que me deducirán el 30% del importe) y comprar uno en la estación. Pienso que me explicado mal y le repito que lo que yo quiero es cambiarme de plaza en el mismo tren, y como mucho eso llevaría asociado un recargo del 15% (que tampoco estoy dispuesto a pagar, porque la web no informa de esto por ningún lado). Se me ocurre que puedo ir a la estación y cambiar mi billete, como se hacía de antes. Pero no. Un billete comprado por Internet sólo puede cambiarse por Internet, y por Internet no puede comprarse litera. Así que ahí te quedas con tu plaza sentado, chaval.

Al final me resigno. En el teléfono de atención al cliente de Renfe no pueden hacer nada porque sólo se dedican a información de horarios y reservas. Si quieres cagarte en sus muertos tienes que ir a la estación, (pero eso sí, para comprar te vale cualquier vía).

Me planto en la estación y le explico mi caso a la empleada, que me da la razón, al igual que el responsable de la oficina. Ambos –impecables, por cierto– me sugieren que presente una reclamación allí y otra por Internet y que exija la devolución íntegra del billete. Así que dejo mi queja por escrito y me vuelvo a casa, después de haber comprado un billete en litera en taquilla. Malditos.

No tengo esperanzas de lograr que me devuelvan el 100% de mi billete, pero aun así decido formular otra queja por Internet, cuya respuesta, una semana después, sigo esperando. Incluso asumiendo que fue culpa mía haber comprado el billete en asiento sin asegurarme debidamente, no hay una sola indicación al respecto en la web. He adquirido un título de transporte con Renfe y la compañía es la misma en todos los casos, por Internet y en el Mundo Real™, por lo que no entiendo por qué no puedo cambiar simplemente mi billete en la estación. Interoperabilidad de la buena.

En fin, no le veo la lógica por ningún lado. Estos inventos modernos…

De exámenes, alcohol y despropósitos

Fue en julio de 2006 cuando abandoné la facultad después de haber realizado el último examen de la carrera. Por delante me esperaba un año algo incierto para trabajar y terminar mi proyecto. Y a eso me dediqué.

Ahora, año y medio más tarde, he vuelto a enfrentarme al fantasma del examen, esta vez estudiando la ingeniería superior en informática. Creo, en fin, que ya no soy el mismo… las neuronas no me funcionan, definitivamente, igual que hace unos años. Y además trabajo. No… estudiar ya no es lo mío.

Este martes hice el último examen de la convocatoria, y después de unos cuantos años estudiando todavía sigo asombrándome. Cosas veredes, Sancho. En efecto.

El caso es que al entrar al aula nos ordenaron dejar aparte las mochilas, teléfonos… y las calculadoras, que en principio -eso nos aseguraron- no hacían falta. El examen comenzó con algunas preguntas sobre teoría, con las correspondientes advertencias sobre la necesidad de limitarse al espacio en blanco de cada pregunta (debe de haber pocas ganas de corregir) y ese tipo de cosas, mientras yo me preguntaba si se valoraría más mi conocimiento de la asignatura o mi habilidad para expresarlo en cinco líneas.

Con la parte práctica las cosas comenzaron a ponerse (más) complicadas… en mi caso, llevaba media hora de examen y me dí cuenta de que había entendido mal el enunciado de la primera cuestión, si bien éste podía haber sido más claro.

El tiempo era muy limitado y seguía corriendo. Los profesores se encontraban en la mesa frente a mí, utilizando el ordenador y hablando en voz alta. Risotadas. Podía oler el pestazo a alcohol de uno de ellos -el que más se reía, qué cosas- desde tres metros de distancia. Las 19:30, hora de entregar, llegaron rápidamente, y apenas había hecho un cuarto del examen. Dos o tres personas entregaron entonces su ejercicio.

Al cabo de un rato, ya que nadie parecía dispuesto a irse, la profesora anunció que nos dejarían un rato más… la mayoría no habíamos alcanzado ni la mitad del examen. Eso sí, para favorecer nuestra concentración, los profesores que vigilaban el examen siguieron hablando.

En aquella situación, elijo las preguntas en las que puedo sacar algo. Más dudas en el enunciado. Levanto la mano para preguntar y la responsable no se encuentra en la sala -se supone que había ganas de fumar-. Al cabo de un rato largo puedo preguntar algunas ambigüedades y continuar.

Prosigo con mi examen mientras quienes en teoría nos vigilan vuelven a hablar. Escucho cómo se abre una lata. Vuelvo a levantar la mano para preguntar, pero no viene nadie y me levanto. Los tres profesores están hablando y bebiendo cerveza en la última fila.

La hora se acercaba y la responsable tuvo a bien bromear sobre el hecho de que era carnaval y deberíamos entregarlo e irnos a tomar algo. Ellos ya habían empezado, por si acaso, y nos tomaban la delantera. Una lata de cerveza cayó y empezó a rodar por el suelo. La profesora decidió abrir otra y carraspeó de una forma nada discreta para que no se escuchara el chasquido. Debía de andar ya lenta de reflejos, porque no lo consiguió.

Sólo, cansado y deprimido en aquel aula, preguntándome si aquello podía ser real o era un sueño absurdo, me empecé a plantear que lo que de verdad quería era entregar esa basura y salir de allí. En varios momentos estuve a punto de levantarme. Finalmente conseguí obligarme a terminar el último ejercicio. Llevaba ya un rato haciendo cuentas en un papel con las pocas neuronas que habían sobrevivido a pleno rendimiento, cuando observo que delante de mí, alguien que me cae bastante mal está utilizando una calculadora. Me planteo si vale la pena decírselo a los responsables, demasiado ocupados bebiendo como para darse cuenta, pero no soy tan retorcido. Me pregunto cómo he sido tan estúpido como para dejar la calculadora tan lejos. Nadie más la está utilizando. Al final me callo e intento que se me quite la cara de gilipollas. Imposible.

Acabo el ejercicio. Miro el examen y pienso que será muy difícil aprobar. Lo entrego de los últimos y me marcho, una hora y media después de lo previsto. Muchos no esperaron y lo entregaron en su momento, quizá abandonando la esperanza de acabar el examen en el tiempo dado.

Mientras me tomo una copa minutos después, pienso que toda la culpa es mía. Mal diagnóstico, mala preparación, mal examen. Me prometo que no volverá a pasar y tomo nota de los fallos, tal y como hice durante años al final de cada partida de ajedrez. Se aprende más de los errores que de los aciertos. Sigo bebiendo mientras pienso que al fin y al cabo, a veces la felicidad es tan barata como una copa y las risas cómplices de los amigos.

Aunque no en horas de trabajo.