Virus intelectuales

En mis borradores desde 2015:

«Los científicos y los filósofos tienden a tratar la superstición, la pseudociencia y hasta la anticiencia como basura inofensiva o, incluso, como algo adecuado al consumo de las masas; están demasiado ocupados con sus propias investigaciones como para molestarse por tales sinsentidos. Esta actitud, sin embargo, es de lo más desafortunada. Y ello por las siguientes razones. Primero, la superstición, la pseudociencia y la anticiencia no son basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarla en algo útil: se trata de virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera —lego o científico— hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura y volverla contra la investigación científica. Segundo, el surgimiento y la difusión de la superstición, la pseudociencia y la anticiencia son fenómenos psicosociales importantes, dignos de ser investigados de forma científica y, tal vez, hasta de ser utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura»

– Mario Bunge

Espero que estéis todos bien :)

Los hechos ya no importan

En el mundo de 2017 los hechos ya no importan. Solo nuestros sesgos.

En Estados Unidos la mitad del país vive convencida de que el presidente es un loco peligroso que nos tiene al borde de la destrucción y que únicamente está en el cargo porque una potencia extranjera manipuló las elecciones. La otra mitad piensa que el presidente es un tipo provocador, quizás un poco excéntrico pero valiente y decidido, que ha bajado los impuestos y que es temido por los enemigos del país. ¿La mitad del país está alucinando? ¿Alucinan las dos?

En España, ahora mismo, tenemos a un montón de gente convencida de que el lamentable atentado de Barcelona se podría haber evitado si los políticos locales hubieran seguido las recomendaciones sobre seguridad, y que en general la actuación de la policía fue desastrosa. Otro montón de gente piensa que el atentado era inevitable de una u otro manera, y que la policía actuó rápida y eficazmente. Los primeros se muestran indignados, los segundos agradecidos. Este caso me parece particularmente interesante porque, salvo contadas excepciones y en contra de cualquier lógica, no ha provocado un debate técnico sino político. O mejor: es un debate político disfrazado de debate técnico.

Mientras todo esto sucede, un grupo de la población está totalmente convencido de que la inmigración va a destruirnos y no entiende la actitud del resto, que considera prácticamente suicida. Al mismo tiempo, otro grupo ve claro que los causantes de los atentados son una minoría y se indigna por la actitud xenófoba de los primeros.

Todos ellos, sin embargo, comparten algo: están a la búsqueda del hecho, el tuit, la noticia, el artículo de opinión o la foto que respalde su punto de vista, para devorarla y compartirla con el doble objetivo de influir y reafirmarse. Las noticias en sentido contrario les parecen falsas y a menudo malintencionadas, y las comentan enfadados mientras se sorprenden de que haya tanta gente engañada. De nuevo, dos grupos de personas presenciando una misma realidad, siendo bombardeados por una enorme cantidad de información, y llegando a conclusiones radicalmente distintas en base a esa misma información.

La explicación que da cada grupo sobre el otro es la misma: han sido manipulados, por lo que desconocen la realidad de los hechos. Lo que creo que sucede en realidad es bien distinto: la realidad les resulta irrelevante. A todos.

Los hechos ya no importan. Los hechos son los que son, pero no nos interesan a ninguno. Nos interesa la explicación que les hemos dado, que suele ser la que menos desafía nuestra concepción del mundo. Porque nuestro cerebro es vago y receloso de cualquier cosa que nos haga dudar y tambalearnos. Y lo es por pura supervivencia. Así que nos pone un pequeño filtro que, ante una imagen, ignora todo lo que desafía nuestra visión del mundo, y amplifica todo lo que la confirma. Eso se llama disonancia cognitiva y lleva con nosotros desde siempre. Y tampoco nos ha ido mal.

Somos máquinas de buscar patrones y de simplificar la realidad de la manera que nos resulte más digerible. Por eso nos parece siempre que nosotros somos consecuentes mientras no paramos de ver contradicciones en los demás. Nuestro inconsciente ya se ha encargado de darle el sentido a lo que vemos antes de que podamos pensar sobre ello.

No formamos nuestras ideas en base a los hechos, sino que formamos los hechos a partir de nuestras ideas.

En 2017, no importa que Trump tuiteara un vídeo de sí mismo pegando una paliza a un tipo representando a la CNN, importa que la mitad del país vio esa imagen y pensó que su presidente era un chiflado que estaba atacando la libertad de prensa, y la otra mitad la vio y pensó que su presidente era un genial provocador que estaba luchando contra la dictadura de lo políticamente correcto.

El silicio de los sueños

El uno de octubre del año pasado me casé con ella. Cuatro días más tarde nos despedimos en el aeropuerto. Y al día siguiente aterricé en San Francisco, la ciudad en la que empieza la siguiente aventura.

Tardaríamos casi tres meses en volver a reunirnos. Nunca habíamos estado separados tanto tiempo, pero supongo que vivir vidas no convencionales requiere tomar decisiones no convencionales. Siguiendo esa fina línea pintada en ninguna parte había llegado a Barcelona catorce años atrás, y siguiendo esa línea me iría de allí.

Barcelona es mi vida entera. En ningún sitio me he sentido más en casa. Había llegado con nada, había conseguido todo. Y justo en ese momento, apareció. La oportunidad que requería apostar todo cuanto había conseguido. La oportunidad que solo iba a estar allí cinco minutos.

La oportunidad que no dejé pasar de largo.

Por supuesto, no es la oportunidad de mis sueños. Muchas cosas han sido muy complicadas, muchas han salido mal, muchas pueden salir todavía peor. Pero todo ello es necesario para que pueda ser una gran aventura, una de esas que se recuerdan para siempre, de esas que hacen que vivir tenga sentido.

El cambio ha sido tan brutal que a veces ni me lo creo. Es aprender a vivir de nuevo, literalmente. Hablar otro idioma, entender otras costumbres, sorprenderte por todo tanto que te agota, saber cómo funcionan los semáforos, los electrodomésticos, los coches, los alquileres, los impuestos, los restaurantes y hasta los malditos supermercados. A veces me parece que he hecho lo más difícil del mundo, a veces me parece que de hecho ha sido bastante fácil.

Y otras veces simplemente no me lo creo. Entonces me sorprendo mirando por la ventana de la oficina mientras pienso «anda, si estoy trabajando en Silicon Valley».

Vosotros qué tal.

2555 días

Estaba tomando cañas, lerelerele

Tengo que decir que en realidad me llamo Pablo. Lo de Pau era únicamente una firma, una de esas maneras de decir algo que no es del todo mentira pero que tampoco es verdad. Crecí en Santander, estudié en Salamanca, trabajo en Barcelona.

Hoy puedo escribir todo esto porque el anonimato ha desaparecido de Internet. Cuando escribí el primer artículo de este blog hace más de ocho años, era simplemente impensable poner en algún sitio tu nombre y tus apellidos. No es lo único que ha cambiado. De la suscripción por correo electrónico pasamos al RSS, y de ahí al botón de compartir. De Blogger a WordPress y después a Tumblr. Del ordenador al tablet. Del teclado a la pantalla táctil. Y así.

Nosololinux es para mí una especie de recordatorio de que cambia todo y no cambia nada. Al fin y al cabo estoy aquí, escribiendo esto en un ordenador portátil de los de toda vida, por mucho que tenga cuatro procesadores.

Os quiero contar la historia de estos últimos siete años.

Es una historia que no habría ocurrido si yo no le hubiera prestado un libro a un amigo, así que sólo por eso me parece que merece ser contada. El libro en cuestión era un manual de PHP que me regalaron en un curso. El amigo en cuestión empezó a trabajar en una empresa como programador de PHP y, como es natural, cuando necesitó a alguien para que se uniera al equipo, se acordó de la persona que le había ayudado en un principio. Todavía conservo el libro, pero no el amigo. No pasó nada, pero a diferencia de los libros, las amistades requieren de ciertas atenciones.

Uno de los directivos de esta empresa era también propietario de una agencia de diseño. Cuando terminó mi proyecto en la primera empresa me ofreció un sueldo de cuatrocientos euros al mes, sin contrato. No me pareció adecuado y no lo acepté, y en su lugar le propuse trabajar para él como freelance. A lo largo de los años que duraría nuestra relación gané aproximadamente cuatro veces el salario que me ofreció en primer lugar. Terminé el primer ciclo, presenté el proyecto de fin de carrera, me matriculé en el segundo, y seguí trabajando como autónomo.

Pasé los dos siguientes años alternando la carrera con mi trabajo. Simplemente, dejé de tener tiempo libre. Mis amigos empezaron a interesarse más por el sexo y menos por el alcohol, así que tampoco fue muy complicado. Me sentía bien en mi circo de dos pistas. Si la universidad iba mal tenía el trabajo, y si algún mes tenía menos encargos, podía centrarme en estudiar. Tenía menos tiempo que nunca, a veces faltaba a clases para trabajar, y sin embargo saqué las mejores notas de mi vida. Cuando sólo tenía que terminar el proyecto de fin de carrera, me mudé a Barcelona, desde donde seguí trabajando.

Mis clientes tenían la mala costumbre de pagarme tarde y mal, y justo entonces fue cuando apareció en escena la crisis económica. Los presupuestos empezaron a ser rechazados. La diferencia es que además tenía que pagar un alquiler. Una noche me encontré sin dinero para pagar una entrada de tres euros para un concierto. Toqué fondo, presenté mi proyecto y tres meses después decidí aceptar un trabajo por cuenta ajena en una empresa enorme. El día en que firmé el precontrato llovía en Barcelona, y mis únicos zapatos decentes estaban rotos. Negocié mi sueldo con los calcetines mojados.

Trabajar en una empresa tan grande y en una ciudad tan grande me aterrorizaba. Me imaginaba caras serias, trajes, jornadas interminables y comida en fiambreras. Pero me encontré un grupo de personas absolutamente geniales, camisetas sin planchar, días que pasaban en un parpadeo y muchas cervezas. El dinero volvió. Pude ir a conciertos, invitar a amigos a cenar y comprarme unos zapatos. Disfruté mis primeras vacaciones pagadas. Volví a salir de fiesta. Recorrí Barcelona entera y fui a la playa a diario durante dos meses. También tuve problemas. A veces simplemente no supe estar a la altura de muchos de mis compañeros. También me enfadé por tonterías con muchas personas, y decepcioné a otras. Pero estas cosas suceden. Sólo me arrepiento de haber pensado que sería así para siempre y de no haberlo disfrutado en el momento.

A mediados de 2012 una multinacional de origen norteamericano compró mi empresa y muchos de mis compañeros fueron despedidos. Entonces vinieron las caras largas, pero por fortuna continuaron las camisetas sin planchar y las cervezas. Una de las personas con la que mejor relación tenía fue contratada por una pequeña start-up y me ofreció unirme al proyecto. Y así comenzaron los meses más caóticos de mi vida, como desarrollador en una empresa que intentaba caminar por una cuerda sacudida por especuladores. Bueno, allí los llamaban inversores. Empecé a aburrirme. Mi trabajo se convirtió en un trabajo. Casi rompo con mi pareja. Mis padres se divorciaron. Me mudé a un piso más céntrico y más caro, y firmé el contrato el día antes de que la empresa nos despidiera y cerrara.

Es abril de 2013 y estoy sentado en el suelo de un piso carísimo sin amueblar, sin saber qué pasará con mi novia, con mis padres divorciándose, y sin trabajo.

La malvada multinacional americana acudió entonces al rescate y me ofreció mi antiguo empleo y más sueldo. Acepté. El jefe de mi proyecto abandonó la empresa al poco tiempo y me encontré de un día para otro con mucha más responsabilidad de la que necesitaba, especialmente en un momento tan delicado. Empecé a dormir mal. Dejé de poder desconectar del trabajo. Llegaron las llamadas a horas extrañas. La víspera de que me fuera de vacaciones hubo una emergencia y estuve hasta las tres de la mañana trabajando. A las seis, todavía en pleno ataque de nervios, cogí el coche y conduje ocho horas hasta caer muerto en la habitación de un hotel de Ginebra. Pasé todas las vacaciones dándole vueltas a todo, sin poder dejar de pensar en el trabajo. Volví de vacaciones y me deprimí. Tampoco fueron todo malos momentos, cobraba un buen sueldo y tenía unos plazos de entrega más que generosos, pero el estrés postraumático no me deja ver mucho más. Es broma, creo.

La empresa me compensó con dos días de vacaciones que no disfruté. Me arrastré hasta noviembre, hasta que alguien cometió la imprudencia de ofrecerme otro trabajo. Les hice jurar que no habría llamadas a horas extrañas, ni horas extra, ni reuniones absurdas, y sólo entonces, acepté el trabajo. Estuve cerca de un mes sin levantar la mirada del ordenador por miedo a que ocurriera algo. Y luego empecé a respirar. Mi novia también.

Y hasta hoy. Supongo que no deja de ser significativo que a veces mi única forma de poner fechas a los recuerdos sea pensar en el trabajo.

Estas líneas están llenas de conclusiones. Una de ellas es que pasé mucho tiempo evitando vivir. Y cuando empezaron a pasar cosas, simplemente no estaba preparado. Por eso el año pasado me resultó tan complicado: muchas veces sólo quería que no pasara nada, quedarme sentado en un rincón sin hablar, ni pensar, ni moverme.

Pero ahora me siento fuerte. Muy fuerte. Dispuesto para el siguiente desafío. Porque hay historias que merecen ser vividas.

Y contadas.

De Pyongyang a Jerusalén

Hace ya más de dos años (¡!) escribí por aquí una pequeña revisión sobre Pyongyang, un fantástico cómic del canadiense Guy Delisle que después dejaría a un montón de personas que quedaron tan encantadas como yo. Lo mejor es que durante estos dos últimos años alguien conjuró en la sombra y consiguió que mis amigos me fueran regalando el resto de la serie de libros que Delisle escribió sobre sus viajes, así que los siguientes en caer en mis manos fueron Shenzhen y las Crónicas Birmanas. El primero me pareció genial, realmente al nivel de Pyongyang (en mi humilde opinión), sólo que centrado en su experiencia en China. En el último, sin embargo, eché algo en falta la ironía y el arrollador talento narrativo al que Delisle me había acostumbrado, aunque el tema gráfico está más elaborado, al menos según mi entender :-P.

De la lectura de los libros me ha llamado la atención cómo puede verse con cierta facilidad la evolución del autor a todos los niveles: de un trazo menos definido y un humor más amargo y depresivo va pasando a un dibujo más perfecto y a una lucidez irónica con ese punto ácido que se me hace tan irresistible.

Todo esto volvió a mi la semana pasada, cuando en la Fnac me encontré un libro que ni siquiera sabía que existía: Crónicas de Jerusalén, del mismo autor. Me lo compré sin mirar el precio y hoy lo he terminado. Y me ha encantado. En este último libro, Guy Delisle cuenta el año que pasó en Jerusalén acompañando a su mujer, voluntaria en Médicos Sin Fronteras (como haría en Crónicas Birmanas). Una mirada renovadora, cínica e inocente sobre un conflicto que se eterniza y que está repleto de absurdos que Delisle se entretiene en desgranar y ridiculizar, recuperando su mejor narrativa. En el apartado gráfico incluye algunas novedades en forma de sutiles notas de color que son muy de agradecer.

Últimamente me dedico menos a escribir y más a leer. Supongo que forma parte de una etapa de mi vida en la que intento escuchar más a las personas y hablar menos. Creo que a veces te encuentras tan empeñado en contarle al mundo lo que piensas sobre cualquier cosa que no te das cuenta de todas las pistas que te da el mundo sobre todo…

Pyongyang

No soy un gran aficionado al cómic serio. De hecho nunca pasé de Mortadelo y Filemón –memorables obras que me procuraron muchas divertidas tardes y una miopía de por vida, por culpa de mi costumbre de leer pegado al libro-. Bien, el caso es que hace unos días llegué vía Menéame a un interesante artículo sobre las desiertas autopistas de Corea del Norte. Siempre he sentido una lúgubre fascinación por este país, supongo que debido a que realmente es lo más parecido a 1984 que existe actualmente en el mundo.

La capital de Corea del Norte es Pyongang, nombre que da título también a un cómic del canadiense Guy Delisle, citado en el mismo artículo, en el que cuenta su experiencia en el país en cuestión. Como siempre, leí la reseña, cerré la pestaña del navegador y me olvidé de ello para siempre. Sin embargo, hace un par de días recordé que ahora vivo en Barcelona y que seguramente sería fácil encontrar el cómic en la Fnac. Y lo fue. Creo que estoy empezando a disfrutar de esta ciudad.

Así que el sábado me llevé el cómic a casa y el domingo a mediodía ya lo había terminado. Y me encanta. Es una especie de repaso en primera persona de las experiencias del viaje, todo ello revestido con un sentido del humor bastante ácido aunque de apariencia inocente. Me encanta cómo se centra en esos pequeños detalles contradictorios que hacen que las cosas «no encajen».

La historia se adentra en la vida cotidiana de los coreanos, mostrando los detalles más inesperados y absurdos de esta singular dictadura en guerra permanente: un líder omnipresente, una economía desastrosa y un control férreo sobre la población civil, inmersa en la pobreza, todo ello aderezado con los implacables guías del dibujante, empeñados en ofrecerle la mejor imagen posible de un país que se desmorona social y económicamente, por encima de cualquier lógica o razón. Son todos temas muy interesantes que aquí sólo puedo bordear, fundamentalmente por una cuestión de salud mental.

Pagué 17 euros por el cómic que considero maravillosamente bien invertidos. Precisamente tenía en la mano la película Das Boot, y pensé que prefería gastar mi dinero en un cómic antes que en una película. Fundamentalmente porque de momento la industria del cómic no hace anuncios con mi dinero para llamarme delincuente. De momento.

La última noche en blanco

Pasé en blanco la noche anterior al último examen. No podía dejar de pensar en cuánto iba a cambiar todo. Al día siguiente, habiendo dormido apenas quince minutos, logré aprobar, me tomé una cerveza y me fui a la cama. Había terminado mi ingeniería en informática.

Así que a finales de mayo, con el proyecto de fin de carrera todavía pendiente, volví a Santander. Y entonces simplemente me senté en la playa, sentí el mar, el sol, el viento y la lluvia. Respiré hondo. Quise quedarme allí para siempre.

Cuando acabó junio viajé a Barcelona, de Barcelona a Roma, de Roma a Barcelona y de Barcelona a Madrid, de Madrid a Salamanca y de Salamanca a Madrid, de Madrid a Granada y de Granada, finalmente, a Barcelona. Quise quedarme allí para siempre, y no era la primera vez.

Así que me quedé. Y aquí estoy ahora, a la salida de dos años en los que apenas he tenido tiempo de respirar, descubriendo que prácticamente he olvidado escribir y que ni tan siquiera sé sobre qué podría hacerlo. Creo que he vuelto. Aunque el proyecto sigue pendiente.

Can’t get enough of the wonderful Duff

Estoy pasando unos días en Barcelona, y ayer nos juntamos algunos amigos para cenar algo y disfrutar de una breve sesión de cine con Beavis and Butt-Head Do America, una película un tanto… compleja. El caso es que a media tarde encontramos una tienda donde vendían esto:

Una caja de auténtica Duff

En efecto, ¡auténtica cerveza Duff! No hace falta decir que tuvimos que comprarnos unas cuantas. Creo recordar que nos costaron a 1,60 € la botella, que en mi opinión es un precio aceptable. La cerveza es de origen belga y después de una primera cata tengo que decir que no es una cerveza excepcional pero sí razonablemente buena. Así que supongo que vale la pena.

La botella tiene esta pinta:

Nunca tengo suficiente Duff

Y un detalle de la etiqueta:

Pues nada, nada, a vuestra salud :-)

Por encargo

Bueno, pues igual que otros años por estas fechas, ayer fue mi cumpleaños, y ya van veintitrés. Sí, estoy en plena decadencia. Este año la familia y los amigos se han portado todavía mejor que los anteriores, y en concreto, mi hermana ha venido a visitarme y me ha sorprendido con esto:

Los que tenéis la suerte de no conocerme no sabréis que el muñeco, hecho por encargo, es clavado a mí (salvo lo de la camiseta amarilla :-P). Nada más verlo ya me pareció una pasada de regalo, pero lo mejor viene en el detalle:

Bien, sí, además de la camiseta de Tux… ¿alguien se ha fijado en lo que llevo en la mano? Pues es…

¡Sí, un MacBook Pro! Igualito al que estoy utilizando en estos momentos para escribir esta entrada. Incluso se puede abrir, y la verdad es que está bastante logrado dentro de las posibilidades:

Me ha encantado. Antes me puse a buscar de dónde lo había sacado y llegué a la página de la artista, donde muestra algunos ejemplos y admite pedidos a través del correo electrónico. En teoría basta con enviar una descripción y alguna foto de la persona en cuestión, así que lo mismo a alguno le doy una idea chula para un regalo, ahora que hay tantos cumpleaños (justo nueve meses después de agosto, también es casualidad… :-P).

Ya habréis notado que últimamente no escribo mucho, y aunque a veces pueda parecer lo contrario, lo cierto es que no estoy dispuesto a abandonar todo esto. Hace poco, a cuenta del cambio de plantilla, me pasé unos días revisando entradas antiguas y adaptando otras para que quedaran mejor con el nuevo formato, y la verdad es que me quedé bastante impresionado por la cantidad y calidad de las entradas de hace apenas un año. Creo que esa herencia es, a partes iguales, un impulso y una pesada losa.

No hay día en que no me acuerde de este rinconcito y piense que tengo que seguir escribiendo, pero después de ir a clase, hacer las prácticas y trabajar hasta tarde, intento dedicar los cuatro momentos libres que tengo a escribir sobre otras cosas, a leer libros o (incluso) a dormir. Ya apenas tengo tiempo de leer blogs, más que los cuatro vecinos de siempre, que siguen conservando esa mentalidad fresca que me encanta.

Pero bueno, seguiremos. Ya van más de dos años haciendo esto, y ya sé de sobra que hay épocas difíciles que terminan por pasar, supongo que como tantas cosas en la vida. Muchas gracias a todos por estar ahí a pesar de todo, por hacer que esto tenga sentido (no es un tópico sino la pura verdad) y sobre todo, por cómo deliráis en los comentarios :-P

Por cierto, felicidades a Misslucifer, que cumple hoy…

Java y Solaris, en la USAL

Mañana viernes 29 tendrán lugar dos clases de alto nivel impartidas por personal de Sun Microsystems en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Salamanca.

Masterclass de Sun

La primera clase tendrá lugar desde las 9 hasta las 14 horas, centrándose en la tecnología Java. La segunda, por su parte, versará sobre el sistema Solaris y se extenderá entre las 15 y las 20 horas. Al parecer también comentarán algo sobre los convenios de formación con Sun y sobre las certificaciones oficiales, así que puede ser muy interesante.

Personalmente, creo que intentaré estar por lo menos en la sesión de la mañana. Siempre se aprende algo y además puedes ser testigo de momentos extraordinarios, como cuando a un representante de Microsoft se le colgó el ordenador o aquella vez en que una profesora convenció a un ponente de que su propia tecnología era una basura. Por cierto, que también era de Microsoft, qué cosas…