Trabajo en remoto

El viernes fuimos cuatro personas a la oficina: la primera de ellas sufrió una lesión en el tobillo hace meses y había llegado al trabajo casi arrastrándose; otra de ellas, mi jefe, había tenido que traer a su hijo pequeño –hasta hoy no empezaba el colegio– e intentaba repartirse entre hacerle caso, atender al teléfono y hablar con nosotros; la encargada de administración, por su parte, había llegado pronto pero no funcionaba la conexión a Internet, de modo que tuvo que esperar a que llegara yo. Y yo llegué tarde a propósito porque había tenido que prestarle mi juego de llaves y no quería tener que esperar en la calle, por lo que me tomé la mañana con calma.

Y ésta es la historia de cómo cuatro seres en teoría inteligentes acudieron a un sitio en un horario para hacer un trabajo que podían haber hecho mejor desde casa. Y lo que es peor, lo hicieron sin que nadie se lo ordenara, por una combinación de rutinas, líneas de teléfono fijas y años de presencialismo castigando sus cerebros.

Gurús autorreferentes y clavos ardiendo

Hay una maldición oriental que dice algo así como «ojalá vivas tiempos interesantes» y que creo que es la de toda una generación. Esa que está justo en medio de la tormenta perfecta, viendo como el viento se lleva el techo, las pareces y todo lo que parecía ser inamovible.

Uno de los problemas que más me preocupan de esta tormenta es que hay una masa creciente de almas perdidas dispuestas a escuchar casi cualquier cosa que parezca tener algo de sentido. La siempre rentable industria de los clavos ardiendo cotiza tan al alza como la desesperación, el miedo y la frustración.

En los últimos tiempos he leído tantas recetas para el éxito y la realización personal y profesional que empiezo a tocar fondo, especialmente porque resultan un tanto repetitivas. En el fondo, gente escribiendo libros sobre autorrealización ha habido siempre. Cosas como «Los siete hábitos de la gente altamente efectiva», que curiosamente no incluyen leer la opinión de un idiota sobre el tema, o «Cinco razones por las que Steve Jobs revolucionó el mundo», entre las que apuesto que no figuran perder el tiempo repasando listas llenas de tonterías.

Sin embargo, hay un nuevo tipo en alza. Yo los llamo «gurús autorreferentes».

Los gurús autorreferentes tienen ciertos rasgos característicos. Uno es que dejaron un trabajo alienante en una empresa gris con el que se ganaban la vida de sobra –este detalle es fundamental, no puede dar la impresión de que estaban desesperados– pero que no colmaba sus ansias de volar en libertad. Así que un buen día hicieron la mochila y partieron hacia el atardecer en pos de sus sueños.

Así es como el gurú autorreferente consiguió romper las cadenas de su frustración vital y dedicarse a lo que de verdad era su pasión: enseñarte cómo lo hizo. Y cobrarte por ello. Yo sé algo que tú no sabes. Compra mi libro. Apúntate a mi curso de coaching. Y así.

No veo nada de malo en que a alguien le vaya bien y además lo quiera contar, y si gana dinero haciéndolo, mejor que mejor. El problema es que no sé si sus fieles seguidores comprenden que el sistema no puede soportar un número ilimitado de gente dejando sus trabajos para vender a otros el secreto sobre cómo consiguieron salir de sus trabajos vendiendo a otros el secreto sobre cómo salir de sus trabajos vendiendo a otros el secreto sobre cómo salir… creo que se entiende.

Porque el razonamiento central («abandona tu trabajo de mierda e intenta vivir de lo que de verdad te gusta») sólo funciona si lo que de verdad te gusta es un negocio. Vender soluciones fáciles a personas desesperadas o frustradas ya sabemos que sí lo es. Pero realmente preferiría leer la experiencia de alguien que, por poner un ejemplo, dejó su trabajo en una multinacional y se montó una empresa. De estos conozco a algunos, y lo que cuentan no es lo que yo llamaría una solución fácil.

Uno de los argumentos habituales de los gurús autorreferentes es que cuando trabajas para alguien estás vendiendo lo más valioso que tienes en tu vida: el tiempo. Y todo a cambio de unas monedas. Yo de hecho llegué a pensarlo así durante un tiempo. Luego me di cuenta de que los gurús autorreferentes ya no necesitan vender su tiempo a cambio de unas monedas porque se venden ellos enteros.

Trabajar haciendo lo que te gusta es un privilegio de unos pocos, sólo un poco por encima de poder siquiera planteártelo. Y en cierto sentido no hay nada de malo en ello, no siempre lo que nos apasiona tiene que ser nuestro medio de vida, y de hecho también puede ser positivo que no lo sea. Por poner un ejemplo, si a partir de mañana dedicara mis horas libres a escribir novelas apuesto a que crearía algo más artísticamente puro que si dejara mi trabajo para hacer lo mismo, en cuyo caso me vería obligado a pensar en términos comerciales, a establecer una disciplina de trabajo, pensar en unos plazos… cosas que en definitiva me distraerían de la creación misma.

Así que la próxima vez que la publicidad encubierta de un gurú autorreferente te haga sentir mal, piensa que trabajar honradamente para otra persona es una opción mil veces más decente que hacer de hombre-anuncio y sacarle la pasta a un montón de idiotas vendiéndoles clavos ardiendo.

Contrata a quien escriba mejor. O no.

Basecamp, antes conocida como 37signals, es una de esas empresas de las que casi nadie habla pero cuya influencia en la industria es difícil de negar, no sólo por sus más que respetables contribuciones técnicas, sino porque realmente han conseguido construir una nueva y desafiante cultura empresarial cuyos resultados están a la vista de todo el mundo. Y de paso han dejado bastante escrito sobre ello.

Su primer libro, titulado Getting Real, llegó a mis manos allá por 2006 por recomendación de Rober, y en él se dedicaban básicamente a poner patas arriba lo poco que teníamos como cierto sobre nuestro trabajo. Confieso que en aquel momento aluciné con lo que entonces eran ideas un tanto revolucionarias: reuniones rápidas, desarrollo en pequeñas iteraciones, menor importancia del análisis en favor de pruebas reales, trabajo en remoto y otras muchas cosas que a fecha de hoy forman parte de mi día a día.

Al mismo tiempo, con el paso de los años y gracias precisamente a haberlo vivido en primera persona, he ido formando mis propias opiniones sobre muchos de los temas que tratan en este y otros libros. He dejado de estar de acuerdo con muchos de sus puntos de vista y en otros veo matices que antes no veía. Con todo, creo la mayoría de sus ideas siguen siendo aplicables y de hecho creo que obligaría a unos cuantos a leerlos. Quizás dejar de comportarse como capullos en el corto plazo terminaría también significando más dinero para los accionistas en el largo plazo.

El que escribe mejor

Empecé a escribir este artículo porque hace relativamente poco tiempo me acordé de uno de los capitulitos de Getting Real que más me impactó, y que dice lo siguiente:

Hire good writers

If you are trying to decide between a few people to fill a position, always hire the better writer. It doesn’t matter if that person is a designer, programmer, marketer, salesperson, or whatever, the writing skills will pay off. Effective, concise writing and editing leads to effective, concise code, design, emails, instant messages, and more.

That’s because being a good writer is about more than words. Good writers know how to communicate. They make things easy to understand. They can put themselves in someone else’s shoes. They know what to omit. They think clearly. And those are the qualities you need.

Parece fácil estar de acuerdo con lo anterior. Y de hecho es un principio por el que me guié durante mucho tiempo, tanto en el trabajo como en lo personal: alguien que sea capaz de escribir perfectamente tiene que valer la pena.

Una de las personas que redactó este capítulo es David Heinemeier Hansson, quien además de ser el CTO de Basecamp es escritor, y como escritor es claramente una persona que le da una gran importancia a las palabras. Tengo en común con él esto último entre otras cosas –aunque seguro que su coche es mejor que el mío–, así que creo que puedo entender bastante bien el razonamiento que le llevó a a esa conclusión.

Muchas veces caemos en la trampa de pensar que lo que se aplica a nosotros se aplica también al resto del mundo, y creo que particularmente es común que las personas que tenemos una relación distinta con el lenguaje escrito tendamos a pensar que es igual para los demás. Que cuando alguien elige una palabra y no otra lo hace como parte de un proceso concreto y consciente, y que esa estructura mental hace a esa persona especial en otros aspectos.

Pero el hecho es que muchos de los mejores profesionales que he conocido lo eran a pesar de escribir fatal. Y muchos de aquellos en los que confié automáticamente porque me gustaba cómo escribían resultaron en muchos casos no ser muy buenos trabajadores. Ni buenas personas.

Así que me temo que a la hora de atreverse a juzgar a alguien, ya sea como futuro compañero de trabajo, futuro amigo, o futuro lo que sea, no existen los atajos. Al final supongo que lo único realmente útil es un proyecto, unas cervezas, y como siempre, tiempo.

Ese gran marginado en nuestros días.