La rebelión de las vitrocerámicas

En mi casa toda la vida se cocinó con gas natural, así que he permanecido mucho tiempo ajeno al apasionante mundo de las vitrocerámicas, placas de inducción y demás fauna. El caso es que en el piso en que acabo de instalarme la cocina es eléctrica, así que me está tocando adaptarme a marchas forzadas.

La cosa no va mal del todo: de momento ya he conseguido que no se me quemen las patatas fritas. Aunque lo que peor llevo es la angustia que me produce el que pueda estropearse. La vitrocerámica ha conseguido lo que ni los rayones del iPod ni la batería del Mac habían conseguido: volverme paranoico. Pero lo superaré.

En fin, el caso es que el otro día me encontraba limpiando la placa en cuestión cuando, de repente, empezó a emitir un pitido intermitente mientras mostraba «er 03» en los indicadores luminosos1. Un error, con su código y todo, que se arregló reiniciando la vitrocerámica –como era de esperar–.

Cuando se me quitó la cara de sorpresa busqué el manual de usuario, y al parecer ese error está causado por la presencia de objetos o líquidos sobre los controles táctiles. Supongo que el propio líquido limpiador fue la causa del problema.

Nunca pensé que vería algo parecido… cualquier día se me cuelga y me quedo sin comer. En fin, maravillas de la ciencia moderna.

1: Esos indicadores luminosos, por cierto, se denominan «siete segmentos». Otro día hablamos de ellos.

La ciencia en España no necesita tijeras…

La mayoría de nuestros altamente cualificados políticos coinciden en que, si queremos tener posibilidades de salir del agujero negro al que nos vamos acercando, debe cambiar el modelo en que se basa nuestra economía. El problema de estas cosas es que no basta con decirlas: hay que actuar en consecuencia. Y eso se nos da mal, y por eso estamos como estamos.

En los presupuestos que nuestro gobierno prepara para el próximo año, la inversión en investigación y desarrollo se recortará, como media, en un 15%. Me parece muy bien que se intente reducir el gasto, pero hacerlo a costa de la investigación científica hipoteca nuestro futuro y el de las próximas generaciones y empeora un panorama ya de por sí lamentable.

En este contexto, hace unos días que desde el blog La Aldea Irreductible se planteó una interesante iniciativa a la que quiero sumarme y que consiste en publicar, en el día de hoy, un artículo que aporte una razón para que no se recorte el presupuesto en investigación. Mi razón es la siguiente:

Gastamos más en cuidar a las plantas carnívoras

Las plantas carnívoras no pueden crecer en cualquier sustrato: hace falta una tierra con una composición concreta, y deben ser regadas con agua destilada o con una solución de ácido sulfúrico con una determinada concentración. Además, la mayoría proceden de pantanos, por lo que no pueden estar sin agua mucho tiempo. A las plantas carnívoras, curiosamente, les cuesta superar las sequías.

Estas voraces plantas han ido, con el paso de los años, agotando su propio suelo. Hasta que hace unos meses, la situación empezó a hacerse insostenible. Y de momento, lo mejor que se les ha ocurrido a los jardineros ha sido gastarse millones y millones para que estas plantas no mueran por la sequía, y puedan seguir cazando insectos desprevenidos.

Las plantas carnívoras son útiles, nadie lo niega. Sin embargo, desde que comenzó la sequía exigen tantos cuidados que ya apenas permiten atender a las demás como necesitan. Hay otras muchas plantas maravillosas en el jardín, plantas capaces incluso de brotar en los más estériles suelos, y que tras florecer se arrugan lentamente, ayudando finalmente a abonar la tierra para el futuro.

Y no tendría sentido podarlas precisamente ahora, cuando el suelo está agotado y el rigor de la sequía se ceba con el jardín.

Un secreto a la vista de todo el mundo

Todas las películas distribuidas en DVD en este nuestro país incluyen un absurdo vídeo que supongo que todos habréis visto en alguna ocasión. Es ese en el que dicen aquello de «no robarías un coche», «la piratería es un delito» y cosas por el estilo.

No voy a comentar nada sobre el contenido del vídeo porque creo que se comenta a sí mismo. Lo que quiero realmente es descubrir al mundo un secreto que me ha sido revelado y que creo que debe ser difundido. Me explico. Cada vez que uno inserta un DVD con el vídeo de las narices, lo primero que se carga es un menú como el siguiente:

Bien, en dicho menú debemos seleccionar el país. Lo normal, entonces, es buscar España. Para ello, debemos avanzar normalmente dos páginas. Después lo seleccionamos dócilmente y aparece el vídeo ese. Uno robando un coche, otro robando un bolso, otro descargando una película. Lo típico, vaya.

El hecho dramático que descubrí hace un tiempo es que seleccionando cualquier otro país, simplemente no hay vídeo. Uno espera encontrar una traducción, o un mensaje equivalente, pero no. No hay nada. Es decir, como premio por comprar una película, insertar el disco, buscar pacientemente mi país en la tercera página de la lista y seleccionarlo, tengo que ver un vídeo insultante que me llama ladrón por descargar películas, algo que evidentemente no he hecho, porque de lo contrario no tendría el disco. Sin embargo, seleccionando el primer país que aparezca en la lista se accede directamente al menú del DVD. Sin intermediarios.

Claro que esto es sólo una posibilidad. La otra es descargar directamente la película de Internet. Así tampoco hay vídeo…

La última noche en blanco

Pasé en blanco la noche anterior al último examen. No podía dejar de pensar en cuánto iba a cambiar todo. Al día siguiente, habiendo dormido apenas quince minutos, logré aprobar, me tomé una cerveza y me fui a la cama. Había terminado mi ingeniería en informática.

Así que a finales de mayo, con el proyecto de fin de carrera todavía pendiente, volví a Santander. Y entonces simplemente me senté en la playa, sentí el mar, el sol, el viento y la lluvia. Respiré hondo. Quise quedarme allí para siempre.

Cuando acabó junio viajé a Barcelona, de Barcelona a Roma, de Roma a Barcelona y de Barcelona a Madrid, de Madrid a Salamanca y de Salamanca a Madrid, de Madrid a Granada y de Granada, finalmente, a Barcelona. Quise quedarme allí para siempre, y no era la primera vez.

Así que me quedé. Y aquí estoy ahora, a la salida de dos años en los que apenas he tenido tiempo de respirar, descubriendo que prácticamente he olvidado escribir y que ni tan siquiera sé sobre qué podría hacerlo. Creo que he vuelto. Aunque el proyecto sigue pendiente.