No soy un gran aficionado al cómic serio. De hecho nunca pasé de Mortadelo y Filemón –memorables obras que me procuraron muchas divertidas tardes y una miopía de por vida, por culpa de mi costumbre de leer pegado al libro-. Bien, el caso es que hace unos días llegué vía Menéame a un interesante artículo sobre las desiertas autopistas de Corea del Norte. Siempre he sentido una lúgubre fascinación por este país, supongo que debido a que realmente es lo más parecido a 1984 que existe actualmente en el mundo.
La capital de Corea del Norte es Pyongang, nombre que da título también a un cómic del canadiense Guy Delisle, citado en el mismo artículo, en el que cuenta su experiencia en el país en cuestión. Como siempre, leí la reseña, cerré la pestaña del navegador y me olvidé de ello para siempre. Sin embargo, hace un par de días recordé que ahora vivo en Barcelona y que seguramente sería fácil encontrar el cómic en la Fnac. Y lo fue. Creo que estoy empezando a disfrutar de esta ciudad.
Así que el sábado me llevé el cómic a casa y el domingo a mediodía ya lo había terminado. Y me encanta. Es una especie de repaso en primera persona de las experiencias del viaje, todo ello revestido con un sentido del humor bastante ácido aunque de apariencia inocente. Me encanta cómo se centra en esos pequeños detalles contradictorios que hacen que las cosas «no encajen».
La historia se adentra en la vida cotidiana de los coreanos, mostrando los detalles más inesperados y absurdos de esta singular dictadura en guerra permanente: un líder omnipresente, una economía desastrosa y un control férreo sobre la población civil, inmersa en la pobreza, todo ello aderezado con los implacables guías del dibujante, empeñados en ofrecerle la mejor imagen posible de un país que se desmorona social y económicamente, por encima de cualquier lógica o razón. Son todos temas muy interesantes que aquí sólo puedo bordear, fundamentalmente por una cuestión de salud mental.
Pagué 17 euros por el cómic que considero maravillosamente bien invertidos. Precisamente tenía en la mano la película Das Boot, y pensé que prefería gastar mi dinero en un cómic antes que en una película. Fundamentalmente porque de momento la industria del cómic no hace anuncios con mi dinero para llamarme delincuente. De momento.