En el mundo de 2017 los hechos ya no importan. Solo nuestros sesgos.
En Estados Unidos la mitad del país vive convencida de que el presidente es un loco peligroso que nos tiene al borde de la destrucción y que únicamente está en el cargo porque una potencia extranjera manipuló las elecciones. La otra mitad piensa que el presidente es un tipo provocador, quizás un poco excéntrico pero valiente y decidido, que ha bajado los impuestos y que es temido por los enemigos del país. ¿La mitad del país está alucinando? ¿Alucinan las dos?
En España, ahora mismo, tenemos a un montón de gente convencida de que el lamentable atentado de Barcelona se podría haber evitado si los políticos locales hubieran seguido las recomendaciones sobre seguridad, y que en general la actuación de la policía fue desastrosa. Otro montón de gente piensa que el atentado era inevitable de una u otro manera, y que la policía actuó rápida y eficazmente. Los primeros se muestran indignados, los segundos agradecidos. Este caso me parece particularmente interesante porque, salvo contadas excepciones y en contra de cualquier lógica, no ha provocado un debate técnico sino político. O mejor: es un debate político disfrazado de debate técnico.
Mientras todo esto sucede, un grupo de la población está totalmente convencido de que la inmigración va a destruirnos y no entiende la actitud del resto, que considera prácticamente suicida. Al mismo tiempo, otro grupo ve claro que los causantes de los atentados son una minoría y se indigna por la actitud xenófoba de los primeros.
Todos ellos, sin embargo, comparten algo: están a la búsqueda del hecho, el tuit, la noticia, el artículo de opinión o la foto que respalde su punto de vista, para devorarla y compartirla con el doble objetivo de influir y reafirmarse. Las noticias en sentido contrario les parecen falsas y a menudo malintencionadas, y las comentan enfadados mientras se sorprenden de que haya tanta gente engañada. De nuevo, dos grupos de personas presenciando una misma realidad, siendo bombardeados por una enorme cantidad de información, y llegando a conclusiones radicalmente distintas en base a esa misma información.
La explicación que da cada grupo sobre el otro es la misma: han sido manipulados, por lo que desconocen la realidad de los hechos. Lo que creo que sucede en realidad es bien distinto: la realidad les resulta irrelevante. A todos.
Los hechos ya no importan. Los hechos son los que son, pero no nos interesan a ninguno. Nos interesa la explicación que les hemos dado, que suele ser la que menos desafía nuestra concepción del mundo. Porque nuestro cerebro es vago y receloso de cualquier cosa que nos haga dudar y tambalearnos. Y lo es por pura supervivencia. Así que nos pone un pequeño filtro que, ante una imagen, ignora todo lo que desafía nuestra visión del mundo, y amplifica todo lo que la confirma. Eso se llama disonancia cognitiva y lleva con nosotros desde siempre. Y tampoco nos ha ido mal.
Somos máquinas de buscar patrones y de simplificar la realidad de la manera que nos resulte más digerible. Por eso nos parece siempre que nosotros somos consecuentes mientras no paramos de ver contradicciones en los demás. Nuestro inconsciente ya se ha encargado de darle el sentido a lo que vemos antes de que podamos pensar sobre ello.
No formamos nuestras ideas en base a los hechos, sino que formamos los hechos a partir de nuestras ideas.
En 2017, no importa que Trump tuiteara un vídeo de sí mismo pegando una paliza a un tipo representando a la CNN, importa que la mitad del país vio esa imagen y pensó que su presidente era un chiflado que estaba atacando la libertad de prensa, y la otra mitad la vio y pensó que su presidente era un genial provocador que estaba luchando contra la dictadura de lo políticamente correcto.
#FraudNewsCNN #FNN pic.twitter.com/WYUnHjjUjg
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) July 2, 2017