En una montaña inhóspita, lejos de todo rastro civilizado, me encuentro sentado en el suelo, frente a un sabio tibetano que reposa sobre una roca en actitud meditabunda, mientras comparte con nosotros, sus humildes seguidores, los secretos del Universo. Uno de mis compañeros se pone en pie y pregunta al viejo lama:
–Sabio Lama, deseo abrir un blog, y quisiera escuchar de su experiencia consejos que podamos seguir en el discurrir de nuestra senda blogueril.
El maestro permanece en silencio, sumido en una profunda meditación. Al fin, levanta la vista y comienza a hablar:
Un blog es una amante exigente, pequeño saltamontes, y poco pueden mis arrugas enseñarte sobre tan místico arte. No obstante, la Senda de los Siete Pasos puede y debe guiarte en tan dura empresa.
Uno. No ambiciones el éxito ni la autoridad, pues te sentirás atacado por cualquiera que ponga en entredicho cualquiera de las dos cosas. Has de conformarte con cumplir tu cometido con humildad, sin buscar fama ni reconocimiento por ello. Si sigues esta norma serás libre, tus lectores percibirán esa libertad, y te recompensarán con su reconocimiento. Mira este Microciervo que salta alegre entre las rocas: a cada paso, y sin pretenderlo, crea un camino que después siguen los demás. Sólo quien no lo ambiciona puede llegar a la sabiduría eterna en la cima de la sagrada montaña Technorati.
Dos. Todo es leve y volátil como esta tableta de memoria RAM, por lo que no has de bajar la guardia cuando tu blog florezca: mantén siempre tu blog cuidado como cuidas tu jardín Zen, porque él refleja el estado de tu alma. El cuidado diario y la dedicación a tu parcela de Internet harán florecer en ella la más hermosa flor de Pagerank, que se elevará llevado tu palabra a las más altas cumbres mientras se menea al suave siroco.
Tres. Evita los estados de ánimo extremos y perturbar tu ánimo inútilmente. No escribas si estás demasiado triste, o contento, o enfadado. Internet comunica mal el aura anímica humana, por lo que has de tratar alcanzar ese estado neutro que el Maestro llamó Nirvana. Sólo en este estado podrás escribir entradas equilibradas sin implicaciones emocionales complejas que turben a tus lectores y siembren la inquietud en tu jardín.
Cuatro. No te alteres por las alabanzas, tómalas en su justa medida, y pondera los intereses de aquellos que te las dedican. Sé prudente si hay concursos en el orbe de tus sueños, pues la corrupción que necesariamente encierran oscurece el alma. Sé sensato si intuyes que alguno se mueve por intereses ajenos a ti. La sabiduría y la percepción sabrán guiarte por el complicado bosque de la blogosfera.
Cinco (ejem). No tengas en cuenta los comentarios ofensivos o absurdos: en su lugar, deja que la cola de moderación te proteja de las malas vibraciones. Deja sin publicar sólo los verdaderamente improcedentes, los demás, aunque tu ego se resienta, deben ser mostrados, porque la riqueza de opiniones es como un campo de variadas flores: bello por los contrastes de su colorido. La uniformidad es aburrida, y en la dualidad del Yin y el Yang se haya la armonía clave del todo.
Seis. Procura responder de alguna manera a todos los comentarios, directa o indirectamente. Agradécelos todos, porque es preferible su presencia que su ausencia. Sé amable con los halagos, responde a las críticas con amabilidad, y ofrece tu punto de vista como contraste. No te disguste discrepar si has de mantener tu punto de vista, porque en tu camino muchas veces habrás de ser flexible como una caña, y otras habrás de ser rígido como esta roca. Si te miras en las aguas calmas del río, verás el reflejo de tu rostro. Sé como el agua de ese río y, en el trato con los demás, muéstrate con ellos de la misma forma en que ellos se muestren contigo.
Siete. Sé amable y constructivo. Lee a los demás y deja comentarios en sus entradas cuando sientas que tienes algo que decir, y cuando tus palabras vayan a ser mejores que el silencio. Respeta la ortografía y escucha de tu propio corazón las normas de convivencia, tan necesarias por desgracia.
El sabio deja de hablar y vuelve a su estado de profunda meditación, mientras los discípulos nos miramos impresionados. El mismo que formuló la pregunta permanece en pie, y alzando el dedo índice, pregunta:
–Sabio Lama, ¿cuál es el origen del vasto conocimiento que atesoras?
–El origen de este conocimiento, pequeña lagartija, está en mis continuas equivocaciones. Experiencia es el nombre que damos a nuestros errores.
Siento que la sabiduría me imbuye y contemplando un trébol que crece solitario en esta verde ladera comprendo que quedan muchos caminos por descubrir. Y del mismo modo que el viejo lobo*, siento que puedo seguir llenando esto unos cuantos años más…
Nota: Artículo inspirado en “Tintín en el Tíbet?, de Arturo Pérez-Reverte, que puede leerse en la copia de la caché de Google de la desaparecida web “El cazador de libros?.